Pasan unos minutos de la hora pactada, cuando diviso a lontananza la majestuosa figura de Carla, con su melena dorada que danza libre al son de la brisa vespertina, cual crin de un pura sangre al galope. Nos saludamos, y tras contactar mis labios con sus arreboladas mejillas, (bocado más preciado que el de una carnosa, dulce y crujiente manzana caramelizada), me imagino cuántas miradas concupiscientes, de soslayo, habrá levantado ese vestuario exquisito, elegante, seductor, atrayente, arrebatador, compuesto de una blusa blanca cuyos botones se hallan al borde del abismo por la presión de dos piezas de fruta, (manjar reservado sólo para algunos elegidos);y una falda a rayas, ceñida, que destaca una talla sinuosa, que emana estilo y agrada, sin necesidad de ofrecer descaradas muestras cárnicas de ese maravilloso cuerpo de mujer.
Cuando vislumbro cómo encara las escaleras que nos conducen a la habitación, con esa desenvoltura que le da el balanceo acompasado de su tafanario, me doy cuenta de que yo no la merezco, no estoy a su altura, y pienso:"¡Menuda moza, se mueve mejor que un postre de gelatina!"
Casi sin demora, sentados ya en el lecho de amor, damos rienda suelta a un arrebato de pasión, que hasta el momento habíamos contenido, y que durará algo más de hora y media. Mi primer descubrimiento, es que la piel bronceada de Carla, es al tacto, tan suave como las alas de un ángel, es como acariciar el lomo de un gato de angora que ronronea.
Su manera de proceder es sutil en ocasiones, y en otras maliciosa y atrevida, como cuando iniciamos un duelo de ósculos, (mientras su sedosa cabellera me cosquillea por todos mis poros), que recorren casi todas las zonas de nuestros cuerpos. Tras este tórrido episodio, los besos de mi damisela se tornan mordiscos, y las caricias, arañazos propios de una fiera salvaje, una amante perfecta disfrazada de plantígrado hembra, cuyos zarpazos sí acepto con agrado, ya que me dan placer, y que hacen que me domine con la misma facilidad que un virtuoso violinista hace sonar su "Stradivarius".
La velada termina con ambos exhaustos, deshidratados, y recurrimos al auxilio de unas copas de Laurent Perrier rosado, (casi tan excelente como mi acompañante), hasta ese instante, convidado de piedra y testigo mudo de una batalla amorosa sinigual.
Mi deseo es que en el próximo capítulo de las aventuras de teo, los protagonistas seamos 3, veremos si se tercia.
Gracias Carla por hacer de esa tarde, una de las mejores de mi existencia.