Hoy escribo para ti… Cristina.

Y escribo aquí que sé con toda seguridad que nunca me leerás. Escribo aquello que me gustaría contarte y nunca me atreveré a hacerlo. Aquello que me haces sentir cuando te veo. Aquello que mi vergüenza me impide explicarte. Aquello que nace en mí y aún no sé en que parte de mi cuerpo. Te escribo aquí porque siendo tu una mileurista de a pie , este es un mundo lejano al tuyo. Te escribo aquí porque necesito exteriorizar lo que llevo dentro..

El Martes pasado, cuando nos cruzamos en aquel pasillo del Metro, tras unos cuantos meses de no coincidir, nuestro tímido saludo…nuestras miradas…siempre que nos miramos siento rubor, siento vergüenza que mis ojos descubran lo que pasa dentro de mí cuando te veo. La tuya cuando me miras…me turba, me inquieta porque das a entender que me has descubierto, que sabes lo que me haces sentir, me inquieta porque soy incapaz de descubrir lo que ella me comunica. Pero, ciertamente comunica y soy incapaz de preguntarte cual es tu pensamiento, si esa dulce mirada es transmisión de la dulzura que anida en ti, si es una invitación a que de un paso más, si has descubierto en la mía mis sensaciones, si lo has hecho si te gusta o te burlas. No, no sé que significa tu mirada y no me atrevo a preguntártelo. Por eso te escribo aquí que sé que nunca lo leerás porque este no es tu mundo, pero necesito explicarlo porque tras bastante tiempo de no vernos, el fuego que empezó a prender en mí hace más de cuatro años me sigue quemando, a pesar de que hace meses que no nos veíamos y tu mirada…sigo sin saber que me dices en ella.

Hace más de cuatro años te ví por primera vez. Una mañana como cualquier otra en la granja donde almuerzo cada día. Aquel día algo cambió, algo alteró mi soñolienta rutina, algo cambió mi habitual concentración en el croissant. A mi lado una chica jovencita, alta y algo macicilla, con una feminidad y unos movimientos armónicos que hicieron que me fijara en ella. Estabas a mi lado y tímidamente intenté mirarte…tu mentón, tus labios y tus ojos felinos. Después tu cuerpo, no un cuerpo diez pero un buen cuerpo, alta maciza, casi rellenita, pero con una belleza especial, algo que hizo que ante una multitud, el otro día al cruzarnos no viera la muchedumbre del pasillo y en cambio te viera a ti, y viera tu mirada y tu sonrisa al verme.

Después de verte en la granja, ese impulso, una necesidad interior me hizo averiguar donde podía encontrate. Lo tuve fácil, dependienta en la tienda de chuches. Mientras estuviste allí debiste pensar que a mi hijo le gustaban con locura las chuches. Falso, al padre le gustaba con locura la dependienta. Casi a diario iba a comprar alguna cosilla para mi hijo, solo por verte, solo por hablar de algo intrascendente contigo, solo por ver esa mirada que aún me turba, me inquieta y en la que deduzco que hay algo en la mía que te gusta, que esa atracción que yo siento es correspondida, al menos te gusta que me haya fijado en ti. Tu si que has sabido interpretar mi mirada, en cambio para mí la tuya sigue siendo un enigma. Un misterio que nunca podré resolver ya que me da vergüenza atreverme a preguntarte cual es el significado de esa dulce mirada que cada vez que nos encontramos me diriges.

Hoy hace un tiempo que has cambiado de trabajo y ya no se donde encontrarte. Pero aún así, pensar en ti me estimula. Nunca tendré el valor de preguntarte que es lo que dice tu mirada. Aún así, sigo deseando verte aunque sea en un encuentro tan fugaz como el cruzarnos en un pasillo del Metro.


Hoy escribo para tí...Cristina, esa dependienta mileurista que me ha robado algo que aún no sé que es.