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Tema: Recuerdos de juventud

  1. #1
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    02 jun, 06
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    Recuerdos de juventud

    Recuerdos, es curioso como los recuerdos te vienen a la mente cuando menos te lo esperas. Ciertamente resulta extraño como cosas olvidadas pueden ser recordadas tan solo ver un cartel: Hotel Universal.

    El Hotel Universal está ubicado en un piso en la calle Aragón, cerca de Pau Claris. Fue allí donde me instalé provisionalmente cuando en 1980, Me hospedé durante un par de meses, de lunes a viernes. Hace un par de semanas pasaba por allí e inconscientemente, miré aquella entrada y allí estaba el cartel: Hotel Universal 2-1. Rápidamente al leerlo me vino un nombre a la mente, Paula. ¿Paula?, sí Paula, el nombre de un amor olvidado en algún archivo en mi memoria, olvidado sí, pero no borrado. Prueba de ello es que al recordar el nombre, inmediatamente soy capaz de recordar su cara, de oír su voz musical, con ese acento del Norte de Italia que me hacía dudar si me hablaba, o me cantaba. Dulce entonación de las palabras que chapurreaba mitad en castellano, mitad en italiano. Y siguen mis recuerdos, sus ojos azul marino intenso en los que fui capaz de ver su alegría, su nariz... no, la nariz mejor no detallarla en exceso, era una nariz ancha que si le busco un defecto sí, la nariz tal vez no era uno de sus mayores encantos. Sus carnosos labios, ¡que recuerdos!, sus pómulos, esos dos incisivos algo anchos con los que en broma me mordisqueaba la lengua y tras los que ocultaba la suya para evitar que me resultara fácil entrelazarla a la mía. ¡Vaya con mi memoria! hacerme creer que todos esos momentos estaban olvidados y mira por donde un cartel de un Hotel abren el cajón donde se guardaban celosamente. Vuelvo a recordarla detalladamente, su larga y rizada melena morena, esos rizos en los que mis dedos pasaban el rato mientras mis ojos miraban los suyos y mis labios se entrelazaban a los suyos. Nunca he vuelto a morder unos labios tan carnosos, nunca después he vuelto a notar el escalofrío al sentir unos labios que me envolvían tanto, nunca más he podido disfrutar de unos labios que me hicieran sentir lo que los labios de Paula hacían. Era una chica alta, casi tan alta como yo y si se ponía tacones, me sobrepasaba ligeramente, debía estar cerca del metro ochenta. Era un cacho mujer y si no fuera por esa altura, su tamaño habría sido algo exagerado. Si tuviera que ponerle medidas, estas se alejarían y mucho de las consideradas perfectas. ¿Cuales debían ser sus medidas?, ¿110-75-100?... tal vez, quien sabe y bien poco importan. Cuando nos conocimos era verano y solía llevar siempre pantalones de lino y camisetas de algodón. Sólo una vez la vi usar vestido, fue cuando fuimos a la playa y ese vestido de tirantes por el que se entreveía el biquini... ¡Que recuerdo!, recuerdo de una erección permanente hasta que, de vuelta al Hotel, pude saciar mis ansias de amarla. Sí. digo amarla porque a pesar de ser una relación poco duradera fue intensa en sentimientos y entre esos, algo de amor hubo.

    Era un verano a principios de los ochenta. Mi primer verano en Barcelona. Por las mañanas trabajaba, por las tardes buscaba un piso donde alojarme y... muchas horas de soledad, tal vez demasiadas como para soportarla hasta la mañana siguiente en que podía hablar con mis compañeros de trabajo. Tardes de siestas interminables, de largos paseos por un Paseo de Gracia degradado, con muchos Bancos, todos ellos cerrados y no demasiada gente en las calles. eran otros tiempos y Barcelona se me aparentaba sucia, lúgubre, triste, con gentes que corrían sin saber donde iban, todo el mundo en su soledad y ensimismamiento, yendo y viniendo sin prestar atención a los demás. Me recordaban más aquellas escenas de Metrópolis en los que los seres se comportaban más como robots que como humanos, que una ciudad viva. Para hacer soportable el calor la mejor opción era el cine Cataluña, con unos cómodos asientos y un buen aire acondicionado. Con suerte pasaban alguna película de Naduiska, Bárbara Rey , María Luisa Sanjosé, Ornella Mutti o Ana Belén en los que el incipiente destape te permitía ver algo hasta entonces prohibido, podías ver algún pecho al descubierto que intentarías recordar por la noche, cuando dabas consuelo a tu soledad y a esa represión en la que te habían educado.

    Una tarde, una de esas que tenía que ser una más en esa rutina inacabable de lunes hasta sábado, paseando cual autómata por Rambla Cataluña... algo me atrajo, ella, su voz que oí al pasar junto al banco en que ella estaba hablando con una amiga suya, esa voz un punto grave y esa musicalidad del italiano de la Lombardía, hizo que dejara de comportarme como un robot de ciudad. La miré y ví sus ojos, esos ojazos azul marino que lucían más que el Mediterráneo, sus labios, sus carnosos labios que había olvidado y ahora recuerdo como si hubiera sido ayer cuando fueron míos... Pasé de largo continuando mi camino pero... esa chica tenía algo, algo tan irresistible como para dar media vuelta y buscar un lugar discreto donde poderla contemplar. Encontré un Quiosco y compré el Tele Expres (un diario que salía por las tardes) y corrí desandando lo andado con la esperanza de volver a contemplar aquella chica que tanto me había impresionado. Mi corazón latía intensamente y me inquietaba el haber hecho tarde y no tener ocasión de volver a contemplar aquella belleza que tanto me había impactado. La fortuna, esta vez, me había acompañado y allí estaban las dos, sentadas charlando. Y esa entonación, ese idioma musical... esos ojos, esos labios, ese pelo negro y rizado...y mi timidez, esa timidez que tan malas pasadas me ha gastado en esta vida. Me senté en un banco frente a ellas y, para disimular, abrí el Diario para fingir que me quedaba allí leyendo, pero era tanta la atracción que ejercía sobre mí, que ni disimular podía, miraba su cara, esa cara no sé si decir que bella o llena de erotismo. Contemplaba su forma de moverse, femenina, tremendamente femenina, felina, tal vez demasiado sutil, pero muy femenina y atrayente, sobre todo cuando se movía y su camiseta blanca dejaba entrever un canal profundo que hacía subir mi temperatura corporal, esos pechos inmensos que asomaban tímidamente por el pequeño escote de la camiseta... su piel bronceada, sus pies, hasta sus pies me atraían por lo bien que lucían en aquellas sandalias tipo esclava de color blanco que llevaba. Tal era la atracción que sentía que perdí el disimulo y me limité a mirarla, mirarla y soñar en lo feliz que podía ser yo con esa chica. Supongo que tan poca prudencia y la cara tonto que debía poner, hicieron que se fijaran en mí. Seguían hablando y riendo, pero esta vez supongo que de mí y de mi idiotez y de la triste imagen que debía causar yo allí, sentado en un Banco con el Tele Expres sobre las rodillas, babeando mirando a una chica imponente y paralizado por mi vergüenza cuando ya ellas habían notado que Paula era objeto de mi total atención. Finalmente, la amiga sabedora ya que mi poco ímpetu para tomar la iniciativa, se levantó y se dirigió hacia mí. Creo que empece a temblar como un flan mientras ella se acercaba, azorado volví a coger el diario y abrirlo para intentar disimular lo indisimulable. Tal y como iba aproximándose, mi corazón latía cada vez con más intensidad y notaba un nudo en el cuello que no me dejaba respirar, habría querido esfumarme, volverme invisible. Pero no fue posible, así que la amiga estaba frente a mí, sonriente y con una mirada de complicidad cuando miraba a su amiga... Me preguntó en mal castellano que si sabía de algún Restaurante no muy caro para poder cenar y que no estuviera demasiado lejos. Mientras lo hacía miraba a su amiga y sonreía, no tenía ningún reparo en evidenciar lo que entre ellas debían haber hablado. Me costó articular las palabras y mi cerebro iba demasiado rápido intentando poderles aconsejar un lugar donde cenar que no fuera el Bar cutre de Consell de Cent donde cenaba cada noche un bocadillo. No se me ocurrió otro que el Sol9 en Paseo de Gracia, donde hoy está el Tapa Tapa, me preguntaron si era muy caro, que ellas eran estudiantes y estaban pasando un tiempo aquí para estudiar castellano, por lo que su presupuesto no era muy elevado. Me lo puso a huevo, le dije que si no querían gastar mucho, poco más allá, en Consell de Cent 336 había un Bar de sandwiches que era barato y tenían bastante variedad, que yo de tanto en tanto, cuando no tenía demasiado apetito, iba a cenar allí. Me preguntó si las podía acompañar y yo poco a poco fuí ganando algo de confianza, la amiga se me presentó y me dió la mano. Los dos nos dirigimos hacia Paula que permanecía sentada. Cuanto más me acercaba a a ella, más inseguro me sentía, más terror me invadía, miedo a tropezar, a no andar el línea recta, a que la cara me quedara contracturada y ella allí, sentada esperándonos, segura de si, sonriendo a su amiga por el éxito obtenido ya que había capturado a esa presa insegura que con tanta admiración la había estado observando. Recuerdo intentar secarme e sudor de mis manos en el forro del bolsillo de mis pantalones para que no estuviera sudorosa cuando se la diera. también recuerdo que al enlazar nuestras manos ya noté el fuego que aquella chica me iba a hacer sentir. Poco a poco y tal como se iban sucediendo nuestros encuentros, su amiga con cualquier excusa, iba desapareciendo y a los pocos días lo hizo definitivamente según me explicó Paula porque había llegado su novio y se pasaban el día encerrados en la habitación del Hotel. Nunca supe si era verdad, pero francamente, ser la única referencia de Paula en Barcelona me hacía sentirme encantado y con la seguridad suficiente para inicar los escarceos amorosos. Primero con bonitas palabras, no hay nada que le guste más a una mujer que sentirse deseada y mi mirada me delataba, la miraba con deseo, miraba sus ojos, su boca, su escote, su culo, sus pies, la miraba a toda ella y ya no deseaba fingir, la miraba con deseo. La halagaba, la cortejaba, le explicaba que era la chica más guapa que jamás había conocido y ella reía a carcajadas, hacía ver que no se lo creía pero poco a poco... yo también notaba que se derretía. Yo esperaba lo habitual en aquella época en España, llegar a meter mano bajo el sujetador ya de por si era un triunfo difícil de superar en nuestra cultura de entonces. Pero un día en pleno magreo y con una erección que llegó a humedecer los pantalones en los que se veía una profusa humedad causada por tanta calentura... Paula hizo la pregunta mágica: ¿Es que vosotros los españoles no hacéis nunca el amor?. Quedamos para el día siguiente para consumar el recorrido iniciado. Aquella noche no pude pegar ojo y creo recordar que me masturbé unas diez veces pensando en como sería el gran momento. La mañana siguiente se me hizo interminable, yo allí trabajando cuando un bellezón me estaba esperando para hacerme el amor...

    Los más jóvenes no os podéis imaginar lo difícil que era poder organizar una jornada de sexo completo en aquella época. Tuve que recorrer tres Farmacias para conseguir que me vendieran preservativos. Una vez superada esa primera dificultad que hoy puede parecer vana pero que en aquella época tenía su miga ya que muchos farmacéuticos se negaban a venderlos por cuestiones de conciencia, venía la segunda y no menos compleja, el poder llevarla a la habitación de Hotel sin que la vieran ya que aquel Hotel lo regentaba un matrimonio y aunque me constaba que permitían que sus habitaciones fueran usadas para encuentros furtivos, ante mí siempre habían dado muestras de vivir bajo unas convicciones cristianas y con una moral intachable por lo que rechazaban cualquier actitud pecaminosa. Yo era un hombre de bien y nunca podía mostrar mis pasiones ante un matrimonio con tales valores. Y fue difícil, tanto como que casi sucumbo en el intento. Yo preocupado para franquearle la puerta, intentando no ser ni vistos ni oídos y ella soltando carcajadas a cada mueca mía....Pero quien la sigue la consigue y aunque no tenía muy claro si nos habían visto o escuchado, llegamos a la habitación, ella partiéndose de risa, soltando sonoras carcajadas y yo... yo con un casi infarto de los nervios y ruborizado por el miedo de ser pillado en tan delicada situación.

    Recuerdo aquella tarde-noche y la recuerdo con todo tipo de detalles a pesar de que me parecía haberlo olvidado. Recuerdo intensamente verla a ella desnuda en la ducha, recuerdo aquel cuerpo lozano, algo rellenito lleno de espuma haciéndome señales para que la acompañara. Recuerdo aquel cuerpo mojado, el roce de aquellos inmensos pechos, de sus glúteos entre mis manos, de su cuerpo y el mío en la ducha y sus labios sus labios con los míos, mientras nuestras lenguas se entrelazaban y como aquellos besos iban subiendo de intensidad y con ello subiendo nuestra temperatura. Recuerdo secarla con la toalla y sobarla, tocar todo lo que quedaba a mi alcance, besar su espalda, besar y chupar sus pezones, coger con fuerza sus muslos y... finalmente sublimar tan apasionado momento en la cama. Recuerdo que en aquella época el sexo era muy convencional, nunca las bocas bajaban más allá del ombligo, bastante teníamos con poder hacer el amor y como aún ni sabía que existieran las pelis porno, desconocía las posibles variantes y posiciones que se pueden llegar a practicar. pero fue algo intenso, Paula era una mujer con curvas, consistente, con carnes, ¡vaya carnes más bien puestas! ¿quien ha dicho que la belleza está en la moderación de las formas?. Paula con su casi metro ochenta, tal vez cercana a los ochenta kilos, era preciosa, de las más preciosas con las que he tenido el placer de compartir lecho. Su piel morena y suave y las marcas del biquini que acotaban lo que estaba prohibido y yo tenía el placer de poseer, aunque fuera sin francés, sin griego, sin cunilingus...sólo la posición del misionero, el sentirme entre unos muslos abundantes, acogedores, que me aprisionaban y me situaban en el el centro exacto, donde dí todo lo que tenía, en donde sentí una las mejores sensaciones con que te puede regalar una mujer. Y caer exhausto, agotado sobre ese cuerpo y sentir la dureza y consistencia de sus pechos bajo el mío, de un cuerpo caliente, acogedor y sus labios, sus ojos... ¡Y pensar que casi lo había olvidado!.

    Y hubo más, unas cuantas veces más. Quizá hasta hubo amor, un amor que la distancia y las dificultades de comunicación de aquellos entonces me han hecho olvidar, pero no borrar de mi memoria.

    Hotel Universal 2-1. Quizá la placa debería decir: Aquí Cipo experimentó unas de sus mejores relaciones amorosas en su juventud...

  2. #2
    Guest

    Re: Recuerdos de juventud

    ¡Jo, Cipo, que suerte tienes!

    No te daré pistas, pero yo vivía cerca, muy, muy cerca. En esa misma época. Del más rancio Ensanche del que todavía huelo.

    Pero a muy larga distancia de tu experiencia. Esa misma noche tuve mi primera relación sexual. Una manola con mi mano derecha. No es lo mismo, lo reconozco, pero aunque fuera en sueños yo estuve con Raquel Welch, por aquello de que al ser un sueño, no iba a estar con Rafaela Aparicio. Perfecta, la Welch, no te digo más. Y conseguí, también en sueños, claro, que tuviera 6 orgasmos.

    Lo que me hace plantear una duda existencial: ¿Qué es mejor, la Welch presencial que conmigo no se correría ni a tiros o la Welch imaginaria, que me gritaba: ¡Gerundio, machote, vamos a por el séptimo!? Y yo, de Tarzán, subido en el armario.

    Lo pasé bien y desde entonces uso Atrix. Te parecerá una chorrada, pero deja una mano tersa, fina y suave. Y cuando me masturbo tengo la sensación, pues combino ambas manos, que en la izquierda está Jordi Pujol y el la derecha, la de Atrix, Marta Ferrusola. Puro morbo y obscenidad, porque comprenderás que todavía no he decidido, a quien de los dos, practicarle primero griego. Tengo ganas de los dos. Y me estoy decantando por el primero por aquello de devolverle lo que a mí me ha hecho durante muchos años. Que mi tercer ojo me lo dejó en tal grado, que los científicos estudian en el los efectos de los agujeros negros.

    Y si, a estas horas, ya ves, amigo, si, te tildo de amigo, aquí fumado de la deliciosa hierba, contando chorradas, lo que me gusta, y corto y cierro. Es que salgo pitando a que la Ferrusola ejercite su mano. Fíjate si soy idiota, que me estoy partiendo. De risa.

  3. #3
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    Re: Recuerdos de juventud

    Cita Iniciado por Gerundio
    ¡Jo, Cipo, que suerte tienes!

    No te daré pistas, pero yo vivía cerca, muy, muy cerca. En esa misma época. Del más rancio Ensanche del que todavía huelo.

    Pero a muy larga distancia de tu experiencia. Esa misma noche tuve mi primera relación sexual. Una manola con mi mano derecha. No es lo mismo, lo reconozco, pero aunque fuera en sueños yo estuve con Raquel Welch, por aquello de que al ser un sueño, no iba a estar con Rafaela Aparicio. Perfecta, la Welch, no te digo más. Y conseguí, también en sueños, claro, que tuviera 6 orgasmos.

    Pues ya ves Gerundio, la edad es un grado ya que hasta en eso te aventajaba. Yo en aquel tiempo ya me había hecho el amor unos cuantos cientos de veces. Debo reconocer que el ser ambidiestro tiene sus ventajas. La mano derecha más suave, más precisa, más preparada para el placer sereno, lento, elaborado. Por el contrario la mano izquierda, tosca, enérgica, primaria, poseedora de esa capacidad para ofrecerte ese sexo salvaje que, a veces, en tu juventud necesitas. Cuando no hay dinero y se es poco agraciado, es un gran que tener unas manos que te amen.

    En cuanto a tu duda... permíteme que te dé mi opinión. Siempre los sueños eróticos son mejores que la realidad. Prueba de ello es que en mis manolas soy un gran amante, de los que triunfan y consiguen que mis partenaires tengan tres, seis o doce orgasmos. La realidad es otra, si dan un par de gemidos... saben actuar muy bien. Pero los años nos hacen saber convivir con nuestros pequeños defectos y agradecer el empeño que ellas ponen en hacernos creer que hasta les gustamos. Que mientan, que mi verdad es muy triste y sus mentiras piadosas, muy piadosas.

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