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Tema: Fantasía....

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    15 jun, 11
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    Fantasía....

    Espero que os guste,

    Había pagado mucho por aquella fantasía. Nada debería haber salido mal
    La noche comenzó con un sedán negro aparcado a la puerta de mi casa. Un coche negro , bien cuidado, con sus faros encendidos deslumbrándome. El típico coche que uno espera ver en una película de gangsters. Me acerqué con el maletín bien agarrado, vestido de Philip Marlowe y ciertamente nervioso. Del chófer solo vi su gorra. En el asiento de atrás me esperaba un hombre fuerte y bien vestido.

    • Veo que ha traído el maletín, señor Marlowe.

    No contesté pero al sentarme puse el maletín junto a la puerta lejos de aquel desconocido. El hombre se limitó a sonreír y dar dos toques suaves sobre el hombro del chófer para que arrancase.
    Las ventanas estaban tapadas con cortinillas negras que se movían al vaivén de las curvas. Ni siquiera intenté orientarme, hubiese sido imposible. Veinte minutos después llegamos a nuestro destino. El hombre del traje salió primero del coche y me abrió la puerta. Sin darme tiempo a reaccionar tenía una pistola apuntando mi cabeza.

    • Deme el maletín.
    • No es para usted.
    • Se lo cuidaré bien.

    No había opción para regatear así que se lo entregué. Salí del coche para encontrarme en una calle vacía iluminada por unas farolas estilizadas cuya luz se reflejaba en un empedrado húmedo, como si acabase de llover. Miré alrededor haciendo cuentas mentalmente, era imposible que, por más que yo hubiese pagado, todo aquello fuese rentable. Habían recreado perfectamente una calle de los Ángeles en los años 30. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando la boca de la pistola acarició mi columna vertebral.
    La puerta del local era pequeña. Nada parecía indicar lo que se cocía dentro. Mientras bajábamos unas escaleras estrechas intentaba pensar en algo ingenioso que decir, tal y como hubiese hecho Marlowe pero no se me ocurrió nada. Poco a poco fue llegando a mis oídos una bella canción. Pasamos por un mostrador tras el cual se apostaban dos matones que tampoco dijeron nada. Finalmente pasamos a un salón grande lleno de mesas redondas y un escenario a mi izquierda. Sobre las tablas cantaba una hermosa mujer de cabello negro y ojos enormes, vestida con traje de noche dorado y agarrando el micrófono como si fuese un amante. En las mesas se arremolinaba gente bien vestida, grupos grandes y parejas, hombres y mujeres que a ratos parecían atentos a la música y a ratos a sus conversaciones o escarceos amorosos. En el fondo del salón dos mujeres se besaban desapasionadamente, más pendientes de llamar la atención que de sus besos. Cuando una de ellas se fijó en mi, observé cómo su mano izquierda acariciaba el pubis de su compañera.
    En cualquier caso atravesamos el salón sin que realmente nadie nos hiciera más caso que a la orquesta y la muchacha de la voz sedosa. Después del salón, una puerta y un pasillo. Otra puerta.

    • La señora le está esperando.
    • No me espera a mí, espera a ese maletín.
    • No quiero bromas, Marlowe – Me entregó el maletín con cierto recelo.
    • De eso ya me había dado cuenta.

    Pasé yo solo y allí me estaba esperando. Era alta, delgada y vestía con un vestido de tubo rojo adornado con un broche de brillantes en forma de abanico. Un tocado adornaba su pelo rubio recogido en una espiral infinita. Los labios rojos y los ojos realzados por un maquillaje violeta que parecía adherido a su piel. Dejé el maletín en un mueble chino que había junto a la puerta y extendí las manos.

    • Ya lo tiene aquí, ¿me dejarán marcharme sus matones?
    • Querido Marlowe – comenzó a acercarse a mi- ¿O puedo llamarle Philip?. Creía que venía por algo más.
    • No señora. Conoce mi número de cuenta, ingrese ahí el dinero.
    • Oh, señor Marlowe, creo que ese dinero no le va a llegar.

    Cuando estuvo lo suficientemente cerca de mi sostuvo mi mirada durante veinte segundos, acercó su mano a mi pecho y cogiendo mi corbata tiró de ella para acercar sus labios a los míos. Fue un beso suave y sin pasión. Se retiró lentamente sujetando mi mirada. Al ver que yo no reaccionaba se dio la vuelta.

    • Creía que era un hombre, Marlowe. Esperaba me tomase por la espalda y me besase, o al menos, si es tan hombre , que me hubiese dado un bofetón.
    • No pego a las mujeres que no amo.

    Se volvió a dar la vuelta para clavar por un instante sus ojos verdes en los míos. Su mano arrancó en un arco cuyo fin era mi mejilla izquierda. Esta vez tuve los reflejos suficientes para detener el golpe.

    • ¿Fuma usted? –le dije al tiempo que con la mano derecha sacaba la pitillera de plata.
    • Solo con los hombres que amo.

    Le puse un cigarrillo en los labios y se lo encendí con una cerilla. La excitación que iba sintiendo me ayudaba a meterme en el personaje. Yo me encendí otro cigarro y la observé. Sus ojos verdes y luminosos y esa figura estilizada como la de una diosa de Mucha. Unos pechos redondos y turgentes que prometían en el escote una caída libre eterna. Unos labios que parecían la boca de un volcán en erupción.

    • ¿En qué piensa?, señor Marlowe.
    • Si abofetearla o besarla.
    • Espero que se decida antes de que termine el cigarro, sino me veré obligada a despedirle.

    Le tomé el cigarro de las manos para apagarlo contra el mueble chino. La cogí de la cintura y la besé. Al principio fue un beso de cine, pero poco a poco, mientras le iba mordisqueando el labio inferior, iba creciendo. Al principio la boca medio abierta. Poco después nuestras lenguas fueron tomando contacto, finalmente se enredaron como las llamas de una hoguera.
    Mi mano iba recorriendo su espalda, lentamente, apretando su cuerpo contra el mío con el fin de notar su pecho sobre mí. Con cierta torpeza bajé la cremallera de su vestido. Su mano recorría mis nalgas, tomándolas y apretándolas, queriendo sentir mi excitación sobre su cuerpo. Tal vez insegura del efecto que su atractivo tenía sobre mí.
    La ley de la gravedad es inexcusable y su vestido cayó a nuestros pies. Es inexcusable y mientras yo besaba sus orejas, sus mejillas, su cuello y sus pechos, la empujó lentamente sobre un sofá que había en el centro de la habitación. Antes de caer, tropezó con sus propios zapatos de tacón. Mientras ella me arrebataba la chaqueta, la corbata y la camisa yo seguía bajando de los pechos al ombligo y del ombligo al pubis. Con la mano derecha le quité la pistola de 9mm que llevaba sujeta al liguero para tirarla lejos, soltando ella su primer gemido.
    Volví a su rostro esta vez para besarla sin timidez. Ella continuaba con la siempre torpe labor de quitarme los pantalones. Mi mano bajó por su espalda para levantar el borde de su braguita. Acariciar sus nalgas con detenimiento y continuar por el camino del valle hasta encontrar el manantial del que nace toda vida. Aún cerrado, mis manos fueron palpando con delicadeza buscando alguna respuesta. Poco a poco la flor se fue abriendo. Mis dedos se hundieron repentinamente. El milagro de la vida.
    Para aquel entonces mis pantalones yacían junto al vestido.
    Su pubis llamaba al mío con movimientos sinuosos, acercándose y alejándose. Ejerciendo un roce ahora y una presión después que convertía a nuestra ropa interior en un frustrante carcelero.
    -Fóllame.
    Así. Ahora. Ya. Quiero. Por fin.
    No hubo más preliminares. No se necesitaron.
    -Fóllame.
    Rostro con rostro, dejando los besos para más adelante. Sintiendo su aliento sobre el mío, arremolinándose en ese íntimo espacio que existe entre nuestros labios.
    Poco a poco fui encontrado el camino entre sus piernas. Inicialmente parece que no quiere entrar hasta que su mano ansiosa toma su deseo y lo engulle en mil misterios.
    Recogido en ese lugar del que no quiere salir, enorme en su empeño de placer. Sangre con sangre, vida con vida. Frenético vaivén que no quiere terminar. Cada vez más suave, más aterciopelado, cada vez más fácil de llevar conforme nuestros ritmos se acoplan. Los movimientos se hacen más instintivos y más cariñosos, no solo se mueven en una única dirección. Jugamos el uno con el otro. Vamos profundizando con movimientos circulares. Paramos. Seguimos. Y nos volvemos a besar apasionadamente.
    Salgo de ella. Durante medio minuto la echo de menos con locura. La tumbo sobre el sofá agarrando sus muñecas sobre su cabeza. La beso la frente, los labios, el cuello, los pechos, el vientre, los muslos, las rodillas, los pies y subo de nuevo hasta el dichoso manantial que alimento con mil besos, arrancando de él ese grito último de placer agónico que escapa de unos labios rojos.
    Ella se da la vuelta aún hirviendo de placer. Me muestra bajo sus gluteos la tierra prometida a la que ansío volver. Noto su urgencia, su prisa, y en esta ocasión no necesito ayuda. La cosecha está lista, comienza de nuevo el baile de la primavera. Voy notando un hormigueo en mi vientre, baja, recorre mi sexo, se detiene. Ella lo nota y acelera su ritmo y su respiración. Mantengo firme mi estandarte. Un poco más. Ella vuelve a gritar. El hormigueo que recorre todo mi cuerpo se intensifica aún más, vuelve a tomar epicentro en mi pene hasta llegar a ese breve momento eterno en el cual la muerte no existe.
    Caemos rendidos en el sofá. Me abraza. No parece la mujer llena de seguridad en si misma que encontré en aquel despacho hacía apenas media hora. Yo tampoco parezco el mismo.
    Cojo dos cigarrillos de la pitillera y le enciendo uno a ella que poso en sus labios.

    • Ya no somos los mismos.

    No importa quién lo dijese, los dos lo pensamos.
    Dos caladas al cigarro. Repentinamente un estruendo en el pasillo nos sacó de aquella fantasía. Me di cuenta de que ya no se escuchaba cantar a la chica del club. Sin llamar a la puerta ésta se derrumbó de una patada. Un hombre armado con una pistola apareció en el umbral. Era el hombre del sedán que me había traído a aquel lugar.
    Sonrió de la misma manera que hizo en el coche
    Y disparó.

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