Estaba agotado. Las negociaciones habían sido extremadamente duras. Era tarde, muy tarde. Afortunadamente María se quedó para ayudarme a recoger. Al día siguiente me esperaba algo similar y yo llegaría con la hora justa para no madrugar. Ella había sido de gran ayuda, su competencia era determinante, su simpatía, inteligencia y por que no decirlo, su capacidad de seducción y sobre todo su excelente figura contribuía enormemente a nuestros propósitos. Excelente nuevo fichaje.

Mas relajado, me fije en ella mientras se agachaba a apagar el proyector. Su generoso escote me deleitó con unos hermosísimos pechos y lo poco que no se podía ver, se intuía perfectamente a través de la transparencia de su camisa blanca. Ella me sorprendió mirándola y esbozó una de aquellas sonrisas que yo siempre esquivaba.

Se dio la vuelta dándome a la espalda y sin flexionar las piernas volvió a agacharse para ordenar los documentos de la mesa. Tuve que mirar hacia otro lado porque el espectáculo era más que tentador. En esa fracción de segundos se me quedó grabado para la eternidad lo escaso de su falda, la finalización de sus medias negras atrapadas por un liguero, unos muslos bronceados, un culo duro y perfecto que se balanceaba suntuosa y provocadoramente de izquierda a derecha tan solo tapado por un hilo de tanga.

Ante mi aparente indiferencia, Maria se incorporó y me obsequió con una sonrisa y mirada pícara que ya me conocía. Para mi estupor, comenzó a acariciarse suavemente las tetas introduciendo sus manos por el escote hasta que se los sacó por encima del sujetador. Sus areolas eran oscuras y grandes. Sus pezones emergieron poderosos y erectos. Se los llevó a la boca y succionó mientras entornaba los ojos sin dejar de mirarme. Ante tal muestra de poderío noté una erección vergonzosa pero fui incapaz de moverme y mucho menos de dejar de mirarla.

Mientras se estrujaba fuertemente un pecho con una mano, con la otra comenzó a levantarse la falta acariciándose los muslos pausadamente. Se llevó dos dedos a la boca y salivó. Jugueteó masturbando el clítoris con su tanga sin dejar de mirarme y los ojos se le iban perdiendo. Su respiración acelerada se ahogaba en pequeños gemidos acompasados con movimientos rítmicos cada vez más rápidos en su coño.

Sin saber que hacer reprimía mis instintos. Me dieron ganas de apresarla contra la pared, besarla y tomarla de inmediato. Me dieron ganas de gritarla “puta” e incluso de azotar ese impresionante culo. Me dieron ganas de paladear esos pechos y acariciarla. Incluso me dieron ganas de salir corriendo cuanto antes. Pero me mantuve inmóvil e impasible, sintiendo que mi polla sufría una erección al límite.

Se sentó frente a mí, apenas a tres metros, abriendo sus piernas todo lo posible mientras seguía jugueteando con su clítoris, introduciendo sus dedos en la vagina a ritmo frenético y emergiendo sus pechos desafiantes que aprisionaban y apretaban sus brazos abultándolos más. Y… no dejaba de mirarme con esa mirada lujuriosa.

Por fin habló entre gemidos y respiración apremiante: “¿Así que no mezclas el placer con el trabajo?, pues yo si!!!”. “¿Así que donde tengas la olla no metas la polla…?, peor para ti”. “Este chochito que va a explotar es mío, solo mío… jódete… hazte una paja…”. Y no paró de soltar improperios hasta que comenzó a convulsionarse como una posesa, a gritar de placer de forma más que escandalosa, a mover sus manos endiabladamente y explotó en un orgasmo que duró más de diez minutos, todo sin dejar de mirarme ni un momento, con esa mirada…

Pasmado, sorprendido, ridículo, inútil, ultrajado, utilizado… y mojado. Ante mi estupor y al final de su largo éxtasis noté aquella corriente de calor que se abría paso desde mis testículos hasta el exterior recorriendo mi pene de forma irrefrenable y que me produjo el orgasmo más ahogado y silencioso de mi existencia, sin que hubiera mediado rozamiento alguno por mi parte. La erección se mantuvo durante varios días sucesivos ininterrumpidamente.

“Tendré que despedirte”, balbuceé. “Te acusaré de acoso sexual en el trabajo”, me susurró triunfadora mientras que recobraba la normalidad y recomponía su vestimenta, todo sin dejar de mirarme, esta vez a la enorme mancha de mi húmedo pantalón.

Ahora… me siento en sus manos y lo malo es que no deja de mirarme… con esa mirada... ¿Hasta donde será capaz de llegar el próximo día?.