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"Alice della Rocca odiaba la escuela de esquí. Odiaba tener que despertarse a las siete y media de la mañana incluso en Navidad, y que mientras desayunaba su padre la mirase meciendo nerviosamente la pierna por debajo de la mesa, como diciéndole que se diera prisa. Odiaba ponerse los leotardos de lana, que le picaban en los muslos, y las manoplas, que le impedían mover los dedos, y el casco, que le estrujaba la cara y tenía un hierro que se le clavaba en la mandíbula, y aquellas botas, que siempre le iban pequeñas y la hacían andar como un gorila.
- Bueno, ¿qué? ¿Te bebes la leche o no? - volvió a apremiarla su padre.
Alice tragó tres dedos de leche hirviendo que le quemó sucesivamente la lengua, el esófago y el estómago.
- Bien. Y hoy demuestra quién eres, ¿vale?
¿Y quién soy?, pensó ella."
La soledad de los números primos, Paolo Giordano (2008)
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"Mi padre apreciaba mucho la belleza masculina. Por eso se casó con mamá.
Mi madre era muy femenina y tenía un estilo tremendo, pero en mi casa se hacía siempre lo que decía ella, y mi padre se lo tomaba a broma y decía tu madre es la que lleva aquí los pantalones. Por eso, cuando yo me puse malo, mi madre lo organizó todo y mi padre dijo amén.
Y es que el médico había dicho que tenía que quedarme en cama y no darme trajín, que la fiebre seguramente me duraría algún tiempo y que necesitaba mucho reposo, mucho cuidado con la humedad y con las corrientes, muchas vitaminas, mucho líquido, una inyección diaria, y sobre todo, tranquilidad. Repitió un sinfín de veces lo de tranquilidad y mi madre dijo:
- Este niño, siempre tan oportuno.
Cuando el médico se fue, mi madre me miró como si yo tuviese la culpa de haberme puesto malo, y después se pasó varios días enteros quejándose.
- Qué desavío, por Dios, ahora que el verano ya está encima."
El Palomo cojo, Eduardo Mendicutti (1991)
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" Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de Los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atrapada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derramaba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido.
- Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie - advirtió mi padre - . Ni a tu amigo Tomás. A nadie.
- ¿Ni siquiera a mamá? - inquirí yo, a media voz.
Mi padre suspiró, amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como una sombra por la vida.
- Claro que sí - respondió cabizbajo -. Con ella no tenemos secretos. A ella puedes contárselo todo.
La Sombra del Viento, Carlos Ruiz Zafón (2003)
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Mueller
Había soportado tener cuatro brazos, una nariz extra, y dos corazones latiendo sin cesar antes de que el cirujano me pasara bajo su bisturí para eliminar los excesos. Pero aún podía pretender que eran simplemente cosas de la adolescencia, tan sólo los extraños desórdenes químicos que podían hacer pensar a un Mueller normal en configuraciones regenerativas. Esta pretensión terminó cuando empecé a desarrollar un par de senos más bien voluptuosos.
—No son simplemente senos—dijo Homarnoch, el cirujano de la Familia—. Lo siento, Lanik. Son ovarios. De por vida.
—Quítamelos—dije.
—Es que volverían a crecer—dijo él—. Enfréntate a ello. Eres un regenerativo radical.
Traición. Orson Scott Card. 1978
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"Erase una vez una prostituta llamada María."
Once minutos, Paulo Coelho (2003)
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"Es verdad que habría podido decidirse antes y de paso haber tenido la deferencia de comunicar su decisión a los interesados, pero Allan Karlsson nunca había dedicado tiempo a pensar las cosas antes de hacerlas.
Por tanto, en cuanto la idea le vino a la cabeza, abrió la ventana de su habitación en el primer piso de la residencia de ancianos de Malmköping, provincia de Södermanland, y bajó por el emparrado hasta el arriate del jardín.
La maniobra le resultó complicada, algo comprensible dado que ese mismo día Allan cumplía cien años. En menos de una hora se celebraría su fiesta de cumpleaños en el salón de la residencia. El mismísimo alcalde haría acto de presencia. Y la prensa local. Y el resto de los ancianos. Y el personal al completo, con la furibunda enfermera Alice a la cabeza, por supuesto.
Sólo el homenajeado no tenía la intención de presentarse."
El abuelo que saltó por la ventana y se largó, Jonas Jonasson (2012)