-Quiero que uses esto.

-Gracias, Maestra. Y.....

Su dedo en mis labios me impide pedirle perdón otra vez.

Subo, abro mi puerta, llego a mi alcoba viendo las cosas a través de una visión imperiosa y única: el resplandor surgido del verde caftán que anegó mi retina como un maremoto y sigue estremeciendo mis sentidos y mi mente. Me entrego al éxtasis de esa revelación carnal, de su densidad elástica, su brillo de seda, su modelado ideal y hasta imagino en mis lomos su poderío de amazona. Me anonado ante el prodigio, se anula en mí toda razón de existir salvo la de consagrarme a su adoración. Murmuro una letanía incontenible. ¿En qué pensabas? "Adorarte Señora", "seré cruel", "Adorarte Señora", "Maltrataré a mi juguete", "Adorarte Señora", "Te haré sufrir", "Adorarte Señora"....Adorarte como Hallaj en el suplicio......"Tú eres la Verdad".

Se rompe el hechizo al recordar de pronto, su regalo, un pequeño envoltorio en papel de seda, dejado ahí al llegar, junto a mi cabecera. Al desenvolverlo aparecen dos ajorcas kabylas de plata labrada, abiertas y con broche, dos pulseras para tobillos unidas por una cadenita de unos dos palmos de larga. Al verlas recuerdo mis deberes: también aquí en mi casa soy suya, también aquí profeso el noviciado según su voluntad. Me desvisto hasta quedar sólo con las bragas y las medias con liguero que traía, viéndome así en el espejo: como cada vez más voy siendo. Acudo al despacho de papá, la nueva ermita, y allí me visto con su camisola persa. Dispuesto ya a encadenarme con el regalo reparo en que el metal arañará las medias en mis tobillos y, para evitarlo, interpongo sendos pañuelos entre éstas y las ajorcas. Abrochadas ambas la cadenita me obliga a andar pasos cortos y no a zancadas masculinas.


Extracto de El amante lesbiano, de José Luis Sampedro.

La sumisión, ¿dónde empieza a ceder, en la debilidad de la mente o en la voracidad del cerebro para desnudarse ante la obediencia de los impulsos?