Éste es un tema realmente interesante.
Yo, por ejemplo, jamás he publicado una experiencia negativa. Y las he tenido, claro, muchas. Pero intento olvidarlas. Y plasmarlas en un texto poco ayuda a borrar el registro de mi memoria.
Cuando cuento algo, lo hago porque he disfrutado y así, en positivo, es cómo me gusta comunicar en este ambiente. También os diré que tampoco he publicado todas las positivas, normalmente porque me han pedido expresamente no hablar o porque he creído más oportuno no hacerlo. Pero os prometo que cuando he dicho que lo pasé genial, es que fue así. Y que si una era guapa, es porque realmente me lo pareció
Desde el punto de vista informativo comprendo que mi carrera no es nada ejemplar. Os prometo, eso sí, que si un día sufro estafa, atraco con alevosía o timo enorme, lo contaré, os lo advertiré. Creo que una vez lo hice.
Una cosa tengo clara. No me complace perjudicar a alguien. No es que piense en lo del feeling y esas bobadas. En una relación de sexo de pago, hay 3 protagonistas indispensables: La profesional, el cliente educado y... el dinero. Si falta el último, o se olvida, no es sexo de pago. Si el dinero es el acordado, y de curso legal, y el cliente es lo mencionado, educado (léase con correctas maneras e higiene apropiada), la profesional debe ofrecer el servicio prometido. Ni más ni menos. Ni feelings ni mandangas. Es sexo por dinero. Y basta.
Pero hay pequeños factores que pueden, pese a todo, echar por la borda la cita. O rebajar en el resultado, las expectativas creadas. Y, allí, si no hay evidencia de estafa o timo, es cuando me contengo. Porque pienso que, por ejemplo, en la apreciación de la belleza lo que a mi me pueda parecer poco agraciado, a otro le pueda parecer hermoso. Que otros descubran atractivo, donde yo no vi nada. Que yo esté acostumbrado a ciertos rituales y aquella chica simplemente no los ofrezca, y tampoco me los había prometido. En fin, no sé, pienso que esa chica vive de ello y no me apetece, nada, ser el causante de que pueda tener dificultades.
Y os digo que obro mal, lo sé. Y quizás enmiende en el futuro.
Hay un caso específico donde si me sucede sí que obro mal seguro. Cada vez con mayor frecuencia observo prostitutas que, en definitiva, y por variados motivos pero siempre con ciertas comunes connotaciones, odian visceralmente a los clientes. Aunque lo disimulen con interpretaciones que rayan la perfección y la pastelería, lo cuál las hace todavía más peligrosas. Odian a los clientes porque son hombres, y ellas realmente se sienten atraídas por su mismo sexo (consecuencia probable del mismo rechazo al cliente, en un bucle sin fin) pero están obligadas a tener sexo con ellos, y, sobre todo, porque son, los clientes, los causantes de que deban ejercer un trabajo que odian. Otro bucle sin fin. Aquí se rompen todas las reglas de una relación comercial, en cuanto el que percibe la prestación dineraria acaba deseando morder y muerde la mano de quien se la entrega. Y cómo ésto es un acto de comercio, con sus cosas, pero comercio al fin y al cabo, la demonización del cliente cómo causante de todos los males es inaceptable.
Si a comportamientos así (son proyecciones freudianas, tampoco he descubierto nada nuevo) se añaden mezquinos mecanismos (envidia, codicia, chantaje...) nos encontramos frente a elementos que debieran desaparecer del ejercicio, para el bien de todos y, sobre todo, de todas. Sobre todo porque es fácil aplicar refranes, es muy latino y lo soy, lo somos, y pensar en cómo un hermoso cesto de manzanas lozanas puede podrirse con sólo una en pestilente descomposición.
Me reclaman para la cena. Luego igual vuelvo.