Domingo tranquilo en Buenos Aires.

Me dedico a husmear los foros argentinos. Que hay que ponerse al día. Los hay a montones: Foro Piratas, Baires Girls, Foro Hot, Palacio de Escorts…

Hay algo que me llama la atención: Aquí los hay que rezuman literatura. Será la influencia Borges? Lo cierto que ésta es una de las ciudades dónde la gente habla más en el mundo. No paran. Les encanta jugar con las palabras. Vizteeeeeeeeee?

Ya cualquier taxista en Buenos Aires te calienta la oreja nada más subir al “carro” y no te suelta hasta que ha repasado en profundidad desde la era Alfonsín al final del Mundo y el presente de Macri. Por no hablar de Cristina...

El caso es que en un foro local me encuentro con esta aventura de un tal “Troglodita”, que no puedo menos que transcribir literalmente.

Buena historia:

“Raid del fin de semana pasado. Recién ahora, una semana después, estoy en condiciones físicas de escribirlo.

Viernes 11.30 de la noche entro en Madaho’s. Un poco temprano, pero hay suficiente variedad y calidad de chicas como para deleitar el ojo mientras se sorbe un whisky. Saludo a Roxana, una rubia menudita que conozco de los tiempos del Affaire de Pueyrredon. No es una chica exuberante, pero como coje. Sin embargo, soy un convencido que el momento de la cogida debe llegar recién al final de la noche, o por lo menos al cabo de un precalentamiento físico y mental que lo amerite. Se entiende? Creo que no.

Entonces a los hechos. Cuando todavía no eran las doce de la noche le propongo a Roxana que me acompañe al Casino del Tigre. Duda. La chica está ahí para hacer dos o tres salidas en una noche (de viernes), y por más que me conozca mi propuesta no es negocio. Pero a Roxana le gusta el juego, lo sé por haberlo hablado con ella. Entonces doblo la apuesta. Ella me acompaña al casino por el precio de una salida ($200), y comparte al 50% todas mis ganancias de la noche sin invertir un peso. Le brillan los ojos. Vuelve a dudar, pone algún reparo pero acepta.

12.45 dejamos el auto en el estacionamiento del Casino. Durante el viaje hubo manoseos y besos a granel. La noche empieza a ponerse divertida. El cuerpo de Roxana se parece más al de una modelito que al de una vedette. Entra con ese vestidito pegado al cuerpo y todos se dan vuelta para mirarla. Gatos, hay muchos en ese lugar, pero pocos como ella. Créanme. Soy imparcial. Roxana se abalanza sobre las maquinitas y yo me encamino hacia las mesas de ruleta. Tengo un pálpito, tuve un pálpito desde que se inició la noche y estoy dispuesto a seguirlo. Juego algunos números, chances y columnas cuando se me acerca Roxana con las manos vacías. Observa que mis bolsillos están llenos de fichas.

- Cuánto ganaste? – se asombra. Y de paso mide mis (sus) ganancias.
- No sé – le digo -, nunca se cuenta en el momento. Recién al final.

Hay una morocha exuberante a mi izquierda que me mira con ojos enternecidos. El jovato que está a su lado también me mira, pero con menos simpatía.
Los espíritus que surcan la sala me sonríen. Desparramo todo lo que tengo sobre los números de la tercera docena. Colorado el 32. No me alcanzan las manos para recoger las fichas. Vuelvo a apostar sobre los últimos seis números del paño. Roxana murmura algo. La morocha y el jovato siguen mis acciones como quien sigue las acciones de un demente. Negro el 35.

- Vamos – suplica Roxana, que tiene miedo de perder lo que ya siente como suyo.
- Uno más – digo. Y no jodemos más.

La mezcla de alcohol con el sonido de las fichas debe producir un efecto extraño en el cerebro, algún tipo de inhibición a la cordura porque apuesto casi todo lo que queda a los últimos tres números. Roxana no quiere mirar. El jovato suelta una risotada. La morocha creo que está a punto de llorar. La bola tarde tres años en caer sobre el número. Colorado el 36, otra vez. Roxana suelta un grito y me abraza. Ella misma recoge las fichas y me las pone en el bolsillo, de paso se guarda varias en la cartera.

Cuando salimos del Casino son apenas las dos de la mañana. Dentro del auto reparto las ganancias. Es más, mucho más de lo que Roxana hubiera sacado en tres salidas seguidas. Si bien había perdido algunas bolas, el final de la noche fue apoteótico. Vaya por tantas noches que me pelaron.
- Y ahora, a dónde vamos? – me pregunta Roxana.

Está contenta, conmigo hizo el mejor negocio que podría haber hecho en toda una semana. Me planta un beso de lengua con masaje incluido al muñeco que es toda una promesa.
- Y si vamos al swinger de Anchorena? – arriesgo.
- Dale, no fui nunca a un swinger.

No sé si creerle. Tampoco importa. Durante el trayecto veo dos líneas blancas en lugar de la única que debería haber separando un carril del otro. Si me hacen un control de alcoholemia en este momento, con la condensación de mi aliento ponen una destilería. Roxana no está en mucho mejor estado que yo. En cierto momento corre el cierre de mi pantalón y empieza a masturbarme. Bajo por la General Paz y entro en la Avda. Madero. Roxana agacha la cabeza y empieza un pete, ahí mismo, que me hace viajar por las estrellas. Menos mal que este Foro es anónimo, porque después de leer esto me quitan el carnet de manejar por treinta años.

El swinger de Anchorena está bastante lleno, a pesar de ser viernes. Yo sigo con el Whisky y Roxana con el champagne. A esta altura tengo unos deseos tremendos de cogerla, y me volaría la cabeza que otro lo hiciera antes que yo.

Pero hete aquí, hete aquí me susurra el viejo doctor Freud en mi inconsciente, que ese es el secreto último de los swinger, su más profunda satisfacción. Que sea otro el que esté haciendo lo que vos tendrías ganas de hacer. Hay un rubio, pintón, apoyado en la pared que mira a Roxana con ganas de comérsela. La mujer que está a su lado no es gran cosa, por supuesto ni comparación con Roxana. Me aprieto a Roxana y le toco el culo, le levanto apenitas la pollera. Siento ese culo firme y redondito en la palma de mi mano. El rubio sonríe, y le dice algo a la mujer. La mujer entonces también me sonríe. No, definitivamente no es mi tipo. Pero a mi lado perverso le gustaría saber qué es lo que capaz de hacer Roxana con ese chabón. Cuando se lo digo Roxana se da vuelta y le guiña un ojo, le sonríe, le tira un beso. Roxana está tan en pedo como yo. El rubio debe pensar que todos los hados del cielo se materializaron esa noche para premiarlo.

Cambiamos un par de palabras (no tengo la menor idea de lo que dije ni de lo que prometí, si es que prometí algo) y pasamos a los reservados. Roxana empieza a franelearlo al rubio, se le sienta arriba, le refriega la concha sobre la bragueta, le da unos besos de lengua incendiarios mientras las dos manos del rubio no le alcanzan para tocar todo lo que quiere tocar, aprieta el culito de Roxana contra él y le sube la pollera hasta la cintura, dejando al descubierto una microtanguita negra. La mujer del rubio, al lado mío se aburre, porque yo casi no le doy bola. Es el otro espectáculo el que me interesa. El rubio está desesperado, me recuerda que yo le dije que íbamos a pasar a las habitaciones.

Le digo que no, que todo lo que vamos a hacer lo vamos a hacer ahí, en la penumbra de los reservados, porque después YO me la voy a coger a ELLA, o sea a Roxana. El rubio me dice que ese no es el procedimiento usual, que no es lo que se acostumbra en los swinger (hay algo “que se acostumbra” en los swinger? Aquí también? Como si no estuviéramos suficientemente “acostumbrados” para el resto de la vida), el rubio está a punto de llorar, acabo de sacarle de la boca la frutilla del postre. Cuando nos estamos yendo otra pareja nos invita, desde el fondo del sillón. Franeleamos otro poco y después nos vamos.

A esta altura me cuesta encontrar, no ya la puerta del ascensor sino el ascensor mismo. Roxana está un poco mejor que yo y me guía hasta la calle. Le pregunto si sabe manejar. Me dice que no. Elijo tomar un taxi hasta mi casa.

Sinceramente, me cuesta recordar lo que pasó después. En mi deshilachada memoria se mezcla un pete de antología, una cabalgata infernal por parte de Roxana, con más ríos de alcohol bebidos entre un garche y otro (o entre un garche y el sueño, no podría precisarlo). Creo que en la ducha también hicimos algo. Pero juro, créanme que no lo recuerdo. Roxana se fue cuando estaba amaneciendo, y yo permanecí desmayado durante el resto del sábado".