Dos años desde que nos conocemos… ¡Quién lo diría!

Por aquel entonces en cierta ocasión me llamó insurrecto, así que siendo fiel al apelativo no utilizaré plantilla. Sinceramente creo que no ha lugar.

Durante este tiempo y gracias a las nuevas tecnologías hemos mantenido cierto contacto, que más que esporádico se podría definir como caprichoso. Así que, no pude por menos que sorprenderme cuando quedamos con la ligereza y naturalidad con la que lo haces con quien quedas todos los días para tomar café. Así, sin avisar, tan alegremente… ¡sin anestesia ni ná!!

Pero las sorpresas no acabaron aquí, ni mucho menos.

Instantes después del saludo inicial ya estaba deleitándome con su… ¿cambio de look? Lo digo así porque no es que fuera un gran cambio (a pesar del tiempo transcurrido), simplemente es que me sorprendió verla tan guapa. Además, ciertos colores le sientan muy bien, le dan una luz que le favorece mucho. Mientras nos poníamos un poco al día charlando le hice entrega de un detalle. De valor pecuniario cero pero para el que suscribe de un como dirían los cursis, gran valor sentimental. Ahora que no nos oye nadie: no sé yo si le habrá hecho mucho caso…

¿Será un tic nervioso? No puedo evitar tocarla cuando la tengo cerca, aunque sea de un modo casto e inofensivo, es como si mis manos tuvieran vida propia. Pero ya no es tan casto ni son solo mis manos cuando seductora, me muestra las curvas que el sol ha marcado en su piel. Le gusta jugar, no entrar directamente a matar y cuando ya te tiene y justo antes de echar todo a rodar, se escabulle para al poco comenzar de nuevo. Una, dos, varias veces. Yo estoy al quite buscando el momento idóneo y cuando lo encuentro, ella susurra dulcemente…

Su sonrisa seductora se ha transformado en una sonrisa maliciosa. Sabe en su fuero interno el morbo que me produce esa silueta erguida de rodillas en la cama. Su desnudez, las marcas del moreno, la expresión de su cara. El efecto es fulminante, inmediato, la bilirrubina está haciendo estragos en mí, pero antes de perder la cabeza… la descoloco con un comentario. Su cara de sorpresa significa que el marcador está igualado. Volvemos a empezar.

Un gel y un masaje, un espejo y algunas miradas furtivas (soy de los que prefiere cerrar los ojos y dejarse llevar). Más gel, otro tipo de masaje y después… si, otro tipo de masaje.

A veces ocurre, no sé porqué, bueno, sí, porque soy un zángano. Pero justo cuando estábamos en lo mejor me entró la risa floja. Una pequeña recriminación y reconduce mi tontería. Apenas unos segundos y estoy bajo su influjo otra vez, me tapo la cara con el brazo, lo muerdo entre gemidos. Cambiamos. Nunca una almohada ha sido colocada tan sugerentemente, siento debilidad por su textura, su forma, su sabor… incluso cuando quiero repetir exclama: “¡¿Pero otra vez?!!”.

Todo transcurre en una atmósfera especial, como si estuviéramos inmersos en una bruma y lo único que importa es lo que está ocurriendo entre nosotros. Si por mí fuera estaría así ad infinitum pero lamentablemente, todo ha de tener un final. Y este lo tiene, ¡vaya si lo tiene!!

Picoteamos una cena ligera, seguimos charlando (otra de las muchas cosas que me encanta hacer con ella) y ahora no es a mí a quién le entra la risa floja. ¡Un poco más y se ahoga..!! El tiempo vuela cruel e inexorablemente y mientras abre la puerta para que salga, tengo el impulso de girar sobre mis talones y entrar de nuevo.

Efectivamente: segundas partes nunca fueron buenas. En ocasiones son mucho mejor que buenas.