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"Sostiene Pereira que le conoció un día de verano. Una magnífica jornada veraniega,
soleada y aireada, y Lisboa resplandecía. Parece que Pereira se hallaba en la
redacción, sin saber qué hacer, el director estaba de vacaciones, él se encontraba
en el aprieto de organizar la página cultural, porque el Lisboa contaba ya con una
página cultural, y se la habían encomendado a él. Y él, Pereira, reflexionaba sobre
la muerte. En aquel hermoso día de verano, con aquella brisa atlántica que
acariciaba las copas de los árboles y un sol resplandeciente, y con una ciudad que
refulgía, que literalmente refulgía bajo su ventana, y un azul, un azul nunca visto,
sostiene Pereira, de una nitidez que casi hería los ojos, él se puso a pensar en la
muerte. ¿Por qué? Eso, a Pereira, le resulta imposible decirlo."
Sostiene Pereira, de Tabucch
Simple y bellísimo, ¿verdad?.
Y permitidme también, sé que abuso de paciencia, que, a la Sinestesia a la que un día aludí cómo facultad de cruzar sentidos para denominar lo bello con lo más bello, añada Azul de Lisboa. Conozco bien ese azul que maravilla a Tabucchi, no puedo olvidarlo. Refulge, como sostiene Pereira, en el Tajo desde el mirador de Santa Luzia, en Alfama, a pocos pasos del viejo tranvía 28, entre terrazas, mosaicos de mármol blanco y azulejos. Y refulge, especialmente, en un atardecer de otoño, en un momento de privilegio, por continuado y repetido, no menos privilegio, en unos ojos claros, en una sonrisa franca, en mil destellos de azabache y cobre desplomándose sobre una piel blanca y suave..
Azul de Lisboa. Y un atardecer en Guinxo, mientras el sol se ruborizaba en el atlántico. Pero esa es otra historia.
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