Cuando uno se siente a sí mismo durmiendo solo, enteramente separado de toda voz u oído amigos, y hay puertas abiertas que debieran estar cerradas, o descerrajadas en vez de seguras con tres vueltas de llave, hasta las paredes han desaparecido, se han hundido las barreras en ignorados abismos, nada en torno sino frágiles cortinajes, y un mundo de noche ilimitable, lejanos susurros, correspondencias entre tinieblas y tinieblas como entre llamados profundos, y el propio corazón del que duerme es el centro que irradia toda la red del caos inimaginable, por medio del cual las privaciones vacías del silencio y la oscuridad se transforman en los poderes más positivos y atroces.
Thomas de Quincey



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